viernes, 1 de junio de 2007

AMOR DESMEDIDO.- Profra. Melina Aceves

Hay tanto y a la vez tan poco que decir...Silencio, eso hay que decirlo. Cuando se ha hecho silencio cada acto cobra una gran dimensión, incluso el más pequeño. Si en medio de este lapso de silencio y “recuperación” se ofrece algo tan sencillo como levantarse de la cama, la vida cobra un significado distinto. Sobre todo si el imprevisto ha llegado como una gran oscuridad que empuja más hacia un infierno interior que hacia una dificultad exterior. Este tipo de experiencia es también muy transformadora. En ella el dolor sacude todos los rincones, hiere cada parte del interior pero, al mismo tiempo, revela la totalidad del espacio que se lleva dentro. Puede enfermar cada recoveco pero es gracias a ese dolor que se gana profundidad. Así, cuando llega el amor, lo divino o el misterio, encuentran fácilmente la manera de resonar en cada punto oscurecido para sanarlo e inundarlo de luz.

Si se ha llegado al límite de la desesperación –donde se experimenta la muerte en vida o donde la carne carga el dolor de quien ha muerto- y se sobrevive, se está al inicio de una serie de batallas que no conducen a la destrucción sino a la reconstrucción. A partir de entonces se comienza a recorrer un camino que trae cada vez una victoria más plena. Las batallas y la lucha siguen, pero lo que es definitivo es que para la siguiente se está mejor preparado y se lastiman menos rincones. Mientras se avanza, el conflicto se libra más desde un centro de sabiduría, amor y poder; se comprende cada vez más que lo que la vida pide no es morir, sino volver a nacer.

Poco a poco se aprende que nada en la cotidianeidad es tan importante para caer en la desesperación. Para empaparse de esta lección es indispensable una continua observación y un anhelo profundo de transformación y trabajo sobre uno mismo. A veces se trata de desmenuzar el dolor hasta llegar al centro, despojarlo de banalidad hasta encontrar la esencia. Entonces se puede comenzar a vivir desde otro lugar y resignificar la existencia. Este proceso no tiene que ver con cuestiones racionales o analíticas, se trata de mirar al dolor desde el corazón para darle tiempo y alivio. Acariciarlo con ternura, dejarlo respirar y escuchar qué necesita. Sólo entonces el dolor da, revela su luz y conduce a la paz.

Es el amor el que salva. Pero también cuanto más se ama más fácil es que se sufra. Con un gran amor viene un gran dolor. Estos dos, el amor y el dolor, son eventos que no pueden predeterminarse. Tampoco pueden aprenderse –no del todo-, cada quien ama y sufre de modo distinto. Ambos tienen que ver con dejar seguridades y convencionalismos, sólo así se experimentan de manera plena y su potencia transformadora se pone en acción. Si el amor es desmedido y no acepta límites, el dolor puede venir de la misma manera y con la misma intensidad. Pero esto asegura una vida profunda, libre de banalidad, donde cada experiencia mueve lo que vive dentro y convierte la existencia en una obra de arte. Si no se es un artista, se puede aprender a vivir como uno, o tal vez se es un poeta y sólo basta reconocerlo. Gioconda Belli en Obligaciones del poeta dice:

“...tenías los ojos abiertos desde que
asomaste al mundo la cabeza
y tu piel era más tierna y delgada
que la de las gentes nacidas a ojos cerrados,
fuiste privilegiado para el dolor y la alegría,
hijo del mar y la tormenta,
hecho para buscar tesoros en pantanos y desiertos.
Tu legado fue el desmedido amor,
la confianza, la ingenuidad...”

El amor desmedido, la confianza y la ingenuidad son también características de un santo. Pero la santidad y el misterio no exigen la toma de votos, no piden sólo monjas, sacerdotes y mártires, se puede servir desde muchos lugares. Como en La Anunciación hecha a María de Paul Claudel, donde cada personaje encuentra su lugar y su manera de servir al proyecto divino. De todos ellos, Violana es la única que alcanza la santidad, pues ha cortado con todo, ha aceptado todo y se ha ofrecido entera.

Hay que saber escuchar al misterio para entender desde dónde quiere que se le sirva. Para ello es indispensable dejar de apostar sólo a los proyectos personales. Se tiene que recordar y ofrecer cada día el amor, la belleza y la confianza; entonces esta acción desinteresada regresa y colma de bendiciones la vida. Se debe aprender a observar desde un espacio elevado, en íntima conexión con el origen. Desde allí pueden verse los distintos colores de una vida humana y apreciarse los matices del universo entero. Hay que decir sí, sí al amor desmedido, sí al dolor, sí a la vida...sólo entonces emerge la salvación.

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