DIEGO JAVIER JUÁREZ LÓPEZ
Pasaron tres semanas desde ese último espectáculo, que casi acaba con la vida de Gregorio, mejor conocido como el domador de jaguares. Así, al paso de los días Gregorio trataba de dominar mejor a estos feroces animales, aunque algunos días éstos se comportaban bien y otros parecían recién traídos de la selva.
En sus entrenamientos, éste ponía en riesgo su existencia ya que el circo no contaba con dardos tranquilizadores por falta de capital, y por falta de atención de los payasos que eran los dueños de este pequeño circo ambulante.
Gregorio, aparte de tener como su cualidad física más resaltante la mirada muy penetrante, era un amante de la naturaleza, particularmente de los felinos. Él había tenido en su pueblo la dicha de ser un alumno de un viejo con conocimientos de medicina prehispánica. El viejo le enseñó la sabiduría de la naturaleza y el equilibrio de la vida y la muerte, así que Gregorio por dicha escuela no temía al fallecimiento y menos si se trataba de que le quitaran la vida estos animales tan místicos y llenos de magia.
El circo presentaba sólo funciones los fines de semana, de viernes a domingo, cada semana en una ciudad diferente. A excepción de cuando la entrada era buena, satisfacían sólo dos funciones nada más. Aquella tarde todo estaba puesto; el primer acto era de los payasos anfitriones, luego la suerte de los trapecistas, y en seguida la gran actuación de los tres jaguares y el gran Gregorio.
Esa tarde Gregorio quiso salir con un disfraz diferente; quiso dejar a un lado los disfraces del aparente soldado francés con frac rojo, y optó por vestirse de guerrero mexica. Así, el acto que presentaría iba a ser totalmente improvisado.
En su primera llamada, los jaguares fueron pasados a la jaula con ruedas. Los trapecistas terminaban con un salto mortal doble, a continuación la segunda llamada hizo resonar el lugar; Gregorio terminaba de acomodar su penacho. Así llegó la tercera llamada, la jaula fue movida hacia la mitad de la pista principal; los jaguares estaban un poco enfurecidos pues los habían despertado de su sueño acostumbrado, ya que el espectáculo tenía que empezar una hora antes por asuntos de permisos con la autoridad. Así, Gregorio, vestido de guerrero y con una copa llena de incienso, salió a dar paso al espectáculo del día y la noche, o del sol y la luna; un acto transferido a simbolizar la batalla entre los equilibrios naturales, según Gregorio.
Al entrar a la jaula, los tres jaguares lo miraban mientras caminaban rodeándolo en círculos; el joven hacia una pequeña danza alrededor del incienso, la gente estaba impactada pues no veían lo ya acostumbrado. De pronto, cuando acabo con la danza, los tres jaguares hicieron suertes enseñadas por Gregorio, pero la ultima de esas suertes ya estaba escrita.
En esa suerte, los tres jaguares rodearon a Gregorio, las miradas de los tres eran hacia la mirada del chico, se encontraba en una especie de trance. Uno de los felinos se abalanzó sobre él, tirándolo, el segundo rasguñaba y olía ferozmente su costado izquierdo, y el tercero de un salto llegó hasta su cuello, lo iba a morder con todo su instinto. Pero ninguno de los tres jaguares pudo: la mirada de Gregorio dominaba entre su reino.
La gente aplaudía mientras un ayudante se metía con una antorcha para alejar a los animales y sacar a Gregorio. Y el apasionado domador sólo sonreía como burlándose de los dioses.
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