PAULINA ÁLVAREZ PEREA
La gente de este país camina rápido, acelerado, como si los corretearan. El reloj corre, pareciera que alguien los empuja; no se dan tiempo de respirar, disfrutar su camino, sea cual sea, siempre van enojados porque se les hizo tarde, porque el transporte se para demasiado...
He soñado tantas noches con que regreso a mi pueblo natal: Obregón. Es ahí donde nací y pasé la gran parte de mi niñez; sueño que regreso y que los campos se ven desde la entrada del pueblo, los pastizales verdes. Yo, feliz, sonrió al llegar a la estación, recorro los campos con tanta emoción y a lo lejos de las flores hermosas moradas hay una hermosa mujer esperando con una corona de flores.
Me recibe, sonriente, es mi mejor amiga de la niñez; aquella que dejé cuando salimos de aquel pueblo esa tarde. Los días son increíbles, el clima es muy agradable, no se siente frío ni tristeza. El reloj camina perezoso y la gente pasea, no corre por las calles, es tan diferente; me siento tan a gusto, tranquila, que no quiero regresar nunca. Estoy disfrutando la tarde con mi mejor amiga; platicamos, hacemos coronas de flores como cuando éramos pequeñas. No la quiero dejar; en eso un raro ruido se oye a lo lejos de ese hermoso paisaje que alegra mis sueños.
Cuando todo se empieza a desvanecer despierto con lágrimas en los ojos y me doy cuenta que era sólo un sueño. Y lo que mas me había dolido era dejar de nuevo a mi amiga en ese lugar, como hace 18 años. Por un momento me desconecto de la realidad y creo que todo era real, que sí estuve en Obregón. Pero de repente llega un golpe a mi cabeza que me hace ver que solo fue un sueño. No era posible que yo hubiera estado ahí, porque la amiga con la que pase la tarde más hermosa de todo este tiempo la había mordido una serpiente hace ya 18 años.
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