…Y desperté, de nuevo exaltado y deseando que no se repitiera, porque me sentía castigado, oprimido y con mucho frío. Pero, a final de cuentas, esto era imposible porque no podía escapar de la cruda realidad.
No recuerdo cuándo me empecé a sentir así, tampoco por qué, aunque mi vida no ha cambiado mucho desde entonces.
Todo comenzó una tarde, cuando empezó a llover, así que manejé hasta mi casa en donde me esperaba mi perro, Lencho; al principio no me gustaba dejarlo solo por tanto tiempo, pero no había otra opción. De regreso, esa tarde, tomé un atajo porque había mucho tráfico en la autopista. No tenía mucho de haber salido cuando se cruzó en mi camino una mujer joven con su perrito; le pregunté si la podía ayudar y me dijo que si la podía llevar a una desviación que estaba cerca de mi nueva casa. Le dije que sí y platicamos mucho, tanto que hasta perdí la noción del tiempo. Intercambiamos teléfonos y me emocioné tanto que se me olvidó en dónde había quedado su pequeña mascota.
Llegué muy feliz a casa y saludé a Lencho. Vi mucho tempo la tele, pero cuando me estaba quedando dormido, en un sillón, sonó el teléfono y era aquella nena, de nombre Jimena. Me dijo que donde la dejé tomó su carro y me había seguido y si le podía abrir la puerta sería perfecto. Y yo, como estaba muy emocionado, le dije que sí; así que tocaron el timbre y era ella. Cerró la puerta y recuerdo que Lencho no dejaba de ladrarle.
En fin, nos fuimos de inmediato a mi cuarto, yo quería la luz prendida pero ella quitó mis sensibles dedos del enchufe y me tiró en la cama… recuerdo que después desperté, todavía no amanecía y ella estaba sentada en la cama. Le dije que todavía faltaba más diversión y ella me dijo que para mí ya había sido mucha; sentí cómo se estremecía mi cuerpo al escuchar sus frías palabras. En eso, se dio vuelta y dejó ver en un rayo de luz su cara, que de hermosa se había vuelto arrugada, llena de verrugas, y qué decir de su espantoso cuerpo jorobado.
No sé qué pasó después. Sólo sé que a la mañana siguiente desperté y estaba convertido en un perro, pero Lencho estaba junto a mí, sólo que en el suelo. En eso, sentí la presencia de aquella mujerzuela tras mi espalda y voltee para correrla, sin pensar por qué no lo había hecho antes. Pero no estaba: sólo su presencia, que tal vez me seguirá siempre que salga el sol.
17LDPM
25/octubre/2005
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