Una mano tocó la puerta justo cuando comenzó a llorar.
Ahí está, pensó. ¿Qué podía hacer si no llorar? Y recordar lo que extrañaría del mundo en el que por el momento pertenecía. Tuvo miedo. Y recordó.
Recordó a la pequeña niña. No recordó su nombre, no había tiempo. Vino a su mente esa personita que le había dado como regalo en la vida el simple hecho de existir. No sabía caminar siquiera, hace unos días había dicho su primera palabra y la habían festejado como nunca antes. Sabía que extrañaría su llanto, su risa, su voz, su simple presencia que le empapaba el alma de ese jugo increíble que llega en cascada y la nutre llamado ternura. ¿Cómo olvidar el día que la vio por primera vez? Era más pequeña que su brazo izquierdo. Y la recordó. Y lloró.
Escuchó la mano que tomaba con fuerza la perilla de la puerta. Y a la mente le vino la figura de ese joven fuerte y sano. Universitario con gran futuro. Y recordó el llanto tan doloroso que lo llevó a tirarse al piso cuando vio las manchas de sangre en la cabeza del muchacho. Y recordó el funeral. Y observó la imagen de su familia llorando frente aquel ataúd.
La perilla comenzó a girar. Y con los ojos cerrados intentó parar los litros de lágrima que salían de ellos. Y la vio. Recordó su cabello, sus ojos, su fino cuerpo. Pudo ver todo aquello que el tiempo le había impedido y que lo había enamorado de ella. Recordó sus besos, su cuerpo, sus palabras. Y se preguntaba ¿Por qué?
La perilla hacía un chasquido que sonaba más fuerte que el peor trueno de la tierra. Y lloró. Recordaba el día de su boda, el día en que ambos comenzarían esa vida tan soñada. Y recordó el amor. Recordó como se sentía su mano sobre la suya, como decía cosas hermosas tan cerca de su oído que hacía aparecer ese cosquilleo que tanto le gustaba. Pudo, después de muchos años, recordar que la amaba.
La perilla dejó de girar. La puerta comenzó a abrirse. Mientras, en su mente podía ver al que llamó muchos años Dios. Y lo vio. Le extendió su mano. Sin embargo, tenía más miedo que antes.
Y le dijo en su mente: “No”. Y lo observó, lo observó desaparecer. Mientras, en el lado izquierdo de su cabeza sentía aquel metal frío, mas frío que el hielo mismo. Y repitió: “No”. Y después del estallido, dejó de recordar.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario